¡LARGAD AMARRAS!… ¡LEVAR ANCLAS!
Alejandra Quiroz
Entonces me preguntó por mi familia. Hice un breve silencio. “Los días son largos en el mar y la ausencia de mis padres, pronto serán sólo recuerdos”.
Tenía apenas 17 años, cuando un grupo de cadetes subimos por alto toda la arboladura del buque Armada de México (ARM) Papaloapan, ese día nos levantamos muy temprano para preparar todo nuestro equipamiento.
Cuando llegan nuevos vientos es para dirigirnos a otros puertos, cruzar océanos no es asunto fácil, enfrentamos aguas agitadas, por eso debíamos confiar en el Capitán y él en nosotros, este es un ejemplo claro de liderazgo que nos salvó a toda la tripulación, en un momento de crisis como el que vivimos en aquel zarpe.
Hace miles de años que se navega, y continuamos esta tradición. Según cuenta la historia, los egipcios fueron de los primeros en construir barcos y salir a la mar.
Los primeros barcos iban equipados con un solo mástil que contaba con una vela rectangular y uno o dos remos situados en popa que hacían la función de timón.
“La estrella dorada guiará nuestros pasos por la mar, marinos honores tocad, al izar el pabellón, que sobre el palo mayor nuestra enseña orgullosa verán”, todos entonamos mientras navegamos aquella mañana.
¿Quién no ha sentido alguna vez esa sensación de orgullo y de satisfacción al navegar un barco?. Ahora imaginen estar viajando sobre una eslora de 159.2 metros. Cada paso y decisión correcta que se toma a bordo de un buque, ya sea ajustar bien los nudos, revisar la cubierta o afrontar una tormenta, da una sensación de control.
La unidad estaba atracada en el Muelle Bicentenario de la Independencia de México, ubicado en el Puerto de Veracruz. Allí llegó otro grupo de cadetes, con la
condición especial del recuerdo y la vivencia que únicamente dan las cubiertas de proa a popa.
Allí abordamos el Buque de asalto anfibio ARM Papaloapan A-411, perteneciente a la Fuerza Naval del Golfo de la Armada de México, éramos 365 cadetes rumbo al viaje de prácticas.
Una operación de transporte marítimo militar en sus modalidades de asalto, combate, logística y zafarranchos.
Recuerdos llenos de aventuras marineras que a través de vocablos como babor, estribor o trinquete se hicieron comunes. El mar y el viento nos habían tratado muy bien, muchas situaciones adaptables y, como decía Laureano Gallardo; “ningún mar en calma hace experto a un marinero”, cumplíamos con esa regla.
El Capitán habló fuerte, aún recuerdo sus palabras se mezclaban con la brisa del viento y algún pito marinero que se escuchó al fondo, “estamos en este momento rumbo a Veracruz, en esta madrugada lluviosa, que se sigan forjando estos marinos”.
El mar no forjaba nuestro espíritu y carácter marinero, pues las condiciones de navegación estaban como lo pintan los poetas. Necesitábamos un mar fuerte para tenerle respeto, y las ganas para ver que no es tan fácil.
En medio del océano nos sentíamos como Nemo intentando explorar y llegar más allá de lo que por otras personas puedes escuchar. Descubrimos, conocimos e hicimos nuevos amigos. Existen un millón de fantásticos recuerdos curtidos por el tiempo, el viento y la sal marina.
“¡Quiroz, Quiroz!, escuchaba al fondo de los compartimentos. Mis hermanos estaban buscándome porque yo no aparecía, debíamos estar en cubierta a las 05:30 horas para pasar a desayunar.
Con los ojos entre dormidos volteé a mirar mi reloj, eran ya las 07:00 horas, me levanté, me puse el uniforme y rápido corrí a buscar mi grupo. Claro, éramos el primer pelotón en pasar a desayunar y creí que ya me había quedado sin hacerlo, no fue así, dejé a todo mi grupo con hambre en ese día.
Teníamos prevista la llegada a las costas veracruzanas el jueves por la noche, pero las condiciones meteorológicas estaban aumentando y el tiempo comenzaba a hacerse extremadamente largo para los tripulantes.
Preparamos el barco, atando los cabos para no resbalarnos, llevábamos cuatro días en altamar, lo que es extremadamente largo porque teníamos comida limitada.
Los zapatos llenos de agua, el vomito de algunos compañeros, lo frio de aquella última madrugada lluviosa y las olas por encima de la cubierta del buque son los recuerdos que hasta la fecha los tengo muy marcados.
La navegación en el océano era extremadamente complicada para los que navegábamos por primera vez dado que no se sabía con exactitud hacia donde uno se dirigía o donde uno estaba ubicado.
Pero así lloviera, saliera el sol, con frío o mala mar. Los cadetes debíamos navegar, nos debía de gustar.
Ahora lo recuerdo nuevamente de la misma forma, te llena de orgullo y entiendo que cambian las personas, pero las costumbres, la disciplina y tradición naval siguen igual.