La delgada línea entre mi opinión y la tuya

Por Julio Vallejo

Estoy en la calle porque yo quiero…

Las monedas con el uso van perdiendo su brillo, se vuelven opacas y se desgastan pero no pierden su valor.

Hace un par de días caminando por las calles de la céntrica capital del estado, escuché una voz y miré un par de manos extendidas las cuales después de unos segundos se entrelazaban con una mirada triste que expresaba un sentimiento de “una limosna por el amor de Dios”.

Al seguir caminando por la cuadra de aquel callejón, otro hombre se encontraba descalzo con pantalón café, no precisamente del color original, sino del tono del tiempo que llevaba con él.

Una camisa sin botones que dejaba ver su hidrópica panza y para no romper el código de vestimenta un mecate en la cintura gritando auxilio… ya no soporto más presión.

Mientras reflexionaba por qué estos pordioseros suelen ser víctimas de las condiciones económicas imperantes o que tal vez pudiera ser el reflejo de la desigualdad social, sentí un golpe de una señora de avanzada edad con tonos de cabello canoso, varias arrugas en su cara, ojos sumidos reflejando sus trastornos mentales que me extendía su mano pidiéndome diez pesos.

Sin pensarlo más, una de las consecuencias más tristes y alarmantes de la pobreza extrema, es la repercusión en la salud mental de quienes la padecen. Los errores son parte de la vida y aquellos que son causa por una mala decisión, nos llevan a la perdición absoluta. Se parecen a la caída a un pozo profundo, donde el regreso se vuelve casi imposible. El pordiosero es un individuo que lleva su andar por la vida en las calles, de una manera terrible que lo único que lo mantiene en vida, es la limosna y no su trabajo.

El catecismo de la iglesia católica nos dice que la limosna es un testimonio de caridad fraternal, una práctica de justicia que agrada a Dios. Los pordioseros existen desde la edad Media y son unos auténticos profesionales de la mendicidad. En los años 30´s ser mendigo era casi un delito.

Es por eso, que descubrir al mundo por medio de la mentira, me permite pensar y reflexionar que usar la realidad como laboratorio práctico para empezar a actuar y discernir que el auto individualismo y la auto ayuda para estos personajes es algo más complejo que ganar un estimado de 120 pesos por hora al pedir monedas a cada transeúnte con sólo mostrar su imagen desgastada y sin brillo, pero que al final no pierden su valor humano.

Hay veces que no quisieras dar una limosna por falta de monedas, pero de perdido debemos dar una sonrisa al farsante.

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