23 noviembre, 2024

La delgada línea entre mi opinión y la tuya

Por Julio Vallejo

“Las tres conchitas”

Cuatro mujeres, todas gorditas y simpáticas -la tía Licha, Marina, Mago y María Antonia- hacen los tradicionales tamales para la celebración del Día de Muertos y así honrar a los fieles difuntos. A falta de carne de puerco, el pato está listo para pasar a mejor vida, las hojas de plátano yacen en el anafre y los chiles se tateman para darle el sabor picosito a la masa en compañía de la hoja de acuyo.

Mientras al pato le estiran el pescuezo para matarlo, éste se resiste a pasar al estómago de la familia. Más tarde y para no hacerlo sufrir de más, deciden cortarle el cuello con el machete. El ave sale corriendo sin cabeza, salpicando de sangre todo lo que alcanza. Lo grotesco de la imagen choca con el grito de ¡agárrenlo!, para después pasar al eco de carcajadas emanado por las tres conchitas.

La muerte del tío Chava dejó un gran vacío en el rostro de Licha. La compañía de las tres mujeres aminoraba el sentir de su desolada alma ante la falta de su flaco.

Año con año -como ya era tradición- se hacían los ricos tamales con la receta secreta. Un día, una llamada inesperada comunicaba la gravedad de salud de la tía. Las tres conchitas se quitan los mandiles y corren a las afueras del hospital con caras tristes y deslavadas por las lágrimas, mientras esperan lamentables noticias. Como en repetidas y anteriores ocasiones, la tía Licha sale caminando del hospital.

Hablar de la muerte no es una conversación sencilla. Después de cada visita, la plática usual de las tres conchitas durante el viaje de regreso a casa, giraba en torno a que la tía se veía muy cansada, mal de salud y que tal vez era la última vez que la veían con vida.

Quién hubiera pensado que después de un par de meses, como flor de cempasúchil desojándose lentamente, las tres conchitas empezaron a desprenderse de la familia para irse al inframundo, dejando a la tía sola, con su receta familiar tradicional de los tamales y el pan de muerto.

Mi tía sigue poniendo su altar de muertos como lo marca la tradición. Inunda de comida la mesa de la ofrenda y continúa agregando fotografías. Ahora es la de su nieto Edwin, quien acaba de fallecer con apenas 25 años.

Tía Licha nos está enterrando a todos. Ya pasa los 80 años y el cúmulo de enfermedades que tiene le apesentan los pasos. Aun así le queda energía para regañar, gritar y dar sepultura al clan familiar.

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