El poder con dos rostros: El rey ha muerto, larga vida a la reina
Una Visión Ciudadana.
Alan Sayago Ramírez
Xalapa, Ver., 02 de diciembre 2024.- La expresión “El rey ha muerto, larga vida a la reina” refleja una verdad profunda acerca del poder: aunque las figuras que lo representan cambien, las estructuras que lo sostienen permanecen. Este fenómeno es claramente observable en la política mexicana, donde el poder ha perdurado incluso tras las transiciones de liderazgo.
Un ejemplo de esto es el gobierno de Enrique Peña Nieto, quien, al inicio de su mandato, contaba con una red sólida de lealtades políticas que aseguraban la estabilidad de su administración. Sin embargo, los escándalos de corrupción expuestos durante su gobierno hicieron que estas lealtades se desmoronaran rápidamente. A pesar de su caída, el poder no desapareció, sino que las estructuras que lo mantenían continuaron operando.
La transición hacia Andrés Manuel López Obrador, aunque representó un cambio significativo en la figura presidencial, no supuso una ruptura total del sistema de poder. Las relaciones de poder se adaptaron y reorganizaron para ajustarse a las nuevas circunstancias.
El ascenso de una mujer al poder, representado por figuras como Rocío Nahle, quien asumirá la gobernatura de Veracruz, no solo implica un cambio en la persona que ostenta el liderazgo, sino una reconfiguración simbólica de las estructuras históricamente asociadas con el poder masculino.
Este cambio puede ser percibido como una amenaza para quienes se benefician del statu quo, pero también ofrece la oportunidad de reconfigurar el sistema. Sin embargo, el simple cambio de rostro no garantiza una transformación profunda. La historia demuestra que, si las estructuras subyacentes no se cuestionan y reforman, el cambio puede resultar superficial, manteniendo las mismas dinámicas de poder bajo una nueva fachada.
Un ejemplo claro de cómo las estructuras de poder se adaptan en lugar de transformarse es el caso del periódico Excélsior en los años 70. Originalmente crítico del poder, el periódico con el tiempo fue absorbido por las mismas estructuras que antes criticaba, lo que demuestra cómo el poder puede ajustarse a las nuevas circunstancias sin ser realmente transformado.
De manera similar, durante el mandato de Peña Nieto, muchos de sus colaboradores leales comenzaron a alejarse al verse afectados los intereses del gobierno por los escándalos, lo que mostró cómo las lealtades políticas son volátiles y cómo las relaciones de poder pueden desmoronarse rápidamente.
Este patrón de adaptación en lugar de transformación también es visible hoy en día, con la llegada de Rocío Nahle a la política estatal de Veracruz. Aunque este cambio puede ser visto como una nueva etapa, subraya cómo las estructuras políticas siguen funcionando incluso cuando el rostro del liderazgo cambia.
Así, la transición de poder no siempre implica un cambio profundo en el sistema. La figura de la reina, al igual que la del rey, puede ser un símbolo de adaptación más que de ruptura, reflejando una continuidad de las estructuras de poder.
En México, las lealtades políticas han demostrado ser frágiles. El PRI, por ejemplo, vivió una transformación interna cuando varias de sus figuras clave abandonaron el partido, lo que afectó su estabilidad. De manera similar, la llegada de López Obrador al poder en 2018 no significó la eliminación de las viejas estructuras, sino más bien una reorganización bajo nuevos discursos y promesas. Aunque su ascenso fue presentado como un cambio revolucionario, en realidad, las estructuras subyacentes de poder se mantuvieron, solo que reorganizadas.
La verdadera transformación del poder no radica simplemente en un cambio de rostro, sino en la capacidad de desmantelar las estructuras que lo sostienen. Al ascender al poder, la figura de la reina debe confrontar las lealtades heredadas del sistema anterior. Si estas no son cuestionadas y transformadas, podrían arrastrarla a replicar los mismos errores del pasado. La única manera de lograr una transformación genuina es romper con las lealtades falsas y redefinir el poder de manera auténtica. El poder, como fenómeno social, no es estático, sino que se perpetúa a través de las mismas dinámicas que lo sostienen.
En conclusión, el cambio de figuras de liderazgo, como el paso del rey a la reina, no garantiza una transformación profunda del poder. La verdadera ruptura solo ocurre cuando los nuevos líderes son capaces de desafiar las estructuras subyacentes y redefinir las reglas del juego.
Si este desafío no se lleva a cabo, el cambio será superficial, sin tocar las bases profundas del poder. Solo aquellos dispuestos a cuestionar y transformar esas estructuras podrán lograr una verdadera transformación, una que vaya más allá de un cambio de rostro y conduzca a una reconfiguración profunda del sistema de poder.
Alan Sayago Ramírez.
Delegado de la asociación política Estatal GAMEC, licenciado en Derecho, maestro en política y gestión pública y Doctorante en Derecho.
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