Café con aroma a sustancias cadaverina y putrescina
La línea delgada entre mi opinión y la tuya
Por: Julio Vallejo
Degustando del recuerdo amargo
Un vaso semivacío traslúcido por el concentrado del café y una cuchara metálica, hacen sonar a la distancia “Tin, tin, tin, tin” el llamado al mesero para que sirva mi lechero. Estando ahí en la espera; sentado en una mesa del café, la Parroquia del centro de Xalapa. Me llega a la mente aquel dramático a acontecimiento.
Leche con café y una canilla.
Para acompañar una fría mañana y despertar el ánimo, acudí al restaurante “La parroquia”, a desayunar; lugar emblemático, donde pasan funcionarios, artistas plásticos y aquellos que quieren dar a conocer algún evento o acontecimiento de relevancia, sin dejar de lado las denuncias ciudadanas.
El principal atractivo del lugar, es mirar el arte del mesero, al momento de estirar la leche de la jarra al vaso a una distancia aproximada de 40 cm. de altura, la cual se deja observar un hilo blanco en forma de velo de novia, y al caer se hace golpear con el café, creando una fusión de olor, sabor y sentimiento de angustia de que no se riegue ni una gota del líquido en esa blanca y lisa mesa, al término de este acto, se deja apreciar una fotografía de un espumoso y delicioso lechero.
Después de pedir unos huevos tirados; la mirada hacia el parque Juárez me transportó al limbo.
(Déjà vu) de los años 90. Caminando por medio parque Juárez, un tipo se impacta con mi hombro y deja caer un revolver, no le tomé mucha importancia, ya que atónitos por el suceso, lo único que se dejó ver, fue que el golpe había sido por accidente, a lo que el tipo siguió corriendo, dejando ahí el arma, tres segundos más tarde, se escucha, ¡agárrenlo, deténganlo! Y se siente otro golpe en el mismo hombro, ahora por un par de policías con armas en las manos.
Minuto de silencio.
Corriendo los empiezo a seguir, bajo los escalones que van hacia la pinacoteca “Diego Rivera” y veo que atrapan al fulano, lo ponen pecho tierra y lo esposan, agitados por esfuerzo y después de un suspiro lo levantan y le preguntan; – “dónde quedó la pistola”, como efecto de recapitulación recuerdo que se le había caído, a lo que en ese preciso momento vuelvo a subir corriendo los escalones que van para el parque, me dirijo a donde se le cayó el arma, ¡si… a esa que no le hice caso! Ya estando ahí, le tomé un par de fotos y fue cuando escucho que habían matado a una persona dentro del café la terraza, ahora café la parroquia.
-Aquí están sus huevos.
Le di un sorbo a ese café doble carga, quedo con un sabor amargo meditando el lugar, donde quedo el cuerpo de aquella persona, volví a recrear aquel hecho histórico donde solo se dejaba ver la sangre esparcida sobre tres mosaicos enormes, sobre el helado piso, observando únicamente cuatro desoladas sillas vacías, negras, que rodeaban la mesa donde había sido aquella discusión.
Por cierto; la coca cola y el café que estaban sobre la mesa, no compartían ningún sentimiento.
Ya en mi desayuno; mi paladar no le tomaba tanta importancia al color (blanco) de la sandía, el sabor lo decía todo.
La degustación del coctel de frutas y mis huevos tirados, se dejaron contaminar por aquel icónico lugar y su acontecimiento, donde acuden familias a convivir y saborear de un buen café. ¿Y tú qué opinas de esas historias de café?